EL SONIDO: ¿AMIGO O ENEMIGO DEL AJEDRECISTA?

El ser humano posee un campo auditivo, si se quiere, bastante reducido. Su banda de captación corresponde a una franja específica de frecuencias, calculable y en un rango específico de intensidad, lo cual conforma las posibilidades de sonido que pueden ser percibidas por nuestro oído. Vibraciones u ondas acústicas que estén fuera de este campo o radio de captación incluso no serán consideradas como "sonidos", aunque estas mismas si pueden ser percibidos por otros animales.

Como especie no necesitamos "mucho más de lo necesario" en ese aspecto de la evolución y de la supervivencia, en lo que atañe a nuestros sentidos, uno por uno no representan competencia quizá para lo que poseen otras especies, ya que al parecer la evolución se concentró más en darnos más a nosotros "un sexto sentido" que coadyuvara a nuestra superación y mantenimiento. Ese sexto sentido lo representa nuestra capacidad de razonar y elucubrar ideas supranaturales.

El oído humano se desenvuelve dentro de frecuencias que oscilan entre los 20 Hz (límite bajo) a 20 kHz (límite más alto). Todos los sonidos que se encuentran por debajo de 20 Hz son para el ser humano infra-sonidos, perceptibles sólo por algunos animales los escuchan en ese rango (ejemplo: la rata topo o el elefante). Ahora bien, en el otro extremo, todos los sonidos que vayan por encima de 20 kHz se califican como ultra-sonidos, y no representan sonido alguno para el oído humano, pero si son sonidos para un gato o un perro (hasta 40 kHz) o para un delfín o un murciélago (hasta 160 kHz).

La frecuencia es la medida del número de repeticiones de un fenómeno por unidad de tiempo.

La frecuencia de patrones ondulatorios como el sonido, las ondas electromagnéticas (como la radio o la luz), las señales eléctricas, u otras ondas, indica el número de ciclos de la onda repetitiva por segundo.

La unidad de frecuencia del Sistema Internacional es el hercio o hertz (Hz), llamado así en honor al físico alemán Heinrich Rudolf Hertz. 1 Hz representa un ciclo (u onda) por segundo.

La frecuencia es inversamente proporcional a la longitud de onda (la distancia entre dos crestas). La frecuencia es igual a la velocidad dividida por la longitud de onda.

Fuente: GreenFacts

Una interesante interrogante es la que se hacen tanto los propios ajedrecistas y la ciencia misma, sobre ¿Cómo influye el sonido y la capacidad de captarlo en los resultados competitivos del jugador de ajedrez?

Una interesante pregunta si se toma en cuenta que no siempre los ajedrecistas contaron con espacios y escenarios "aptos" para jugar ajedrez y aún hoy en día muchos torneos o pruebas ajedrecísticas se realizan en lugares donde puede proliferar la existencia de ruidos externos (fuera) o internos (dentro) de una sala de competencias.

Quizá a más de un ajedrecista le ha tocado reclamar a su oponente por efectuar sonidos que afectan su concentración, o referirse a la mesa técnica para que se ocupe de sonidos o ruidos indeseables fuera o dentro de la sala de juegos. Lo cierto es que esta "manía" podría tener razones o razonamientos ocultos al común de los detractores o amantes del sonido (bajo o alto) que sólo un hecho científico podría explicar o corroborar.

Pero obviando los límites de consideración del sonido y aquellos "ruidos" extremos que podrían alterar, dañar o destruir nuestros componentes del sentido del oído (ya que sonidos superiores a 90 dB pueden dañar el oído interno incluso, causando daños irreversibles aquellos que van por encima de un límite de 120 dB) es notorio que nuestro cerebro está hecho y se ha especializado para realizar tareas "únicas", dónde hacer varias actividades al mismo tiempo podría causar cierto desequilibrio somático y psíquico. Es decir, es problemático para un ajedrecista realizar tareas de atención, concentración, enfoque y análisis bajo la presión de tener también que filtrar ciertos sonidos alternos a la tarea mental de deducir y curiosear variables de juego. 

Al parecer nadie podría objetar estas conclusiones, y quizá mucho menos aquellos especialistas que se han dado a la tarea de estudiar a ajedrecistas entrenando bajo la presión de ruidos de toda magnitud. Pero lo que nunca nos han dicho es que la carencia de sonido o "ruidos" podría causar también desajustes en la capacidad de razonamiento y por ende afectar o influir en los resultados de una competencia, dependiendo de las capacidades diversas de audición.

Esta demostrado que los niveles de alteración del sonido vocal pueden alterar también los niveles de audición, de allí que no sea oportuno utilizar la expresión de "él o ella son sordo mudos". Ya que la incapacidad de oír es la que acarrea un problema en la emisión o capacidad del lenguaje y del habla. Por lo tanto los seres humanos necesariamente debemos oír para poder emitir sonidos vocales codificados en lenguaje.

Quizá una de las razones por la que ciertos animales no pueden emitir un lenguaje hablado sea por que al percibir el entorno por medio de infra o ultra sonidos, la evolución de su especie no necesito de expresar sonidos codificados verbales. A lo que se quiere llegar con estas reflexiones es al hecho de que para un competidor de la disciplina del ajedrez la carencia total de ruido o de sonidos no representa una ventaja y si puede acarrear dificultades de atención, concentración y reducir su capacidad de deducción o análisis, esto al tratarse el hombre de una especie acostumbrada a recibir y percibir necesariamente ciertos sonidos.

Muchos ajedrecistas han manifestado esta extraña parodia o coincidencia, y manifiestan incluso que ruidos como los emitidos por un aire condicionado, tráfico de vehículos cercanos a la sala de juegos, el tic-tac de relojes analógicos, el susurro de sus propios análisis mentales, el chasquear de las piezas al ser movidas o capturadas, etc, no solamente no les son molesta, sino que ayudan a su pensamiento para que este sea productivo y eficaz. Al parecer estos sonidos se convierten en una especie de catalizador o "droga" para mejorar sus procesos de atención, curiosidad, concentración y búsqueda de soluciones.

Lo cierto es que hasta los astronautas son entrenados previamente a sus peripecias espaciales por largos años, para soportar el silencio total de un ambiente donde no existe el sonido, mucho menos el ruido. Y es que los astronautas no pueden ni escuchar sus propios gritos en el espacio. Esto representaría un gran escollo psicológico en la estabilidad emocional de estos arriesgados seres humanos. 

El aire tiene unos 30 trillones de millones de átomos por centímetro: el espacio exterior, en comparación, menos de dos.

Pero no os asustéis, realmente el espacio si nos toca ir algún día no se encuentra exento de "ruido", ya que ciertas masas de gas interestelar pueden servir como medio elástico para transportar cierto tipo de sonido, aunque este quizá no posea la potencia para ser escuchado por el oído humano, el cual quizá lo perciba como una especie de susurro mental.

En total lo que queremos referir es que para la relación del ajedrecista, con su capacidad neuro-cerebral auditiva y sus niveles emocionales sensitivos cabe el dicho "Ni tan calvo, ni con dos pelucas", ya que tanto la presencia de una extrema interferencia de sonido, como un exacerbado silencio necrótico, podría afectar sus capacidades tanto somáticas como aquellas psíquicas de auto gestión y reflexión. 

Otra cosa de peso que se debe contemplar es que no es lo mismo RUIDO, entendido por la ciencia de la física como una alteración de una sensación auditiva, desagradable y perturbadora, que SONIDO como resultado de un desplazamiento de una onda sobre un medio elástico de propagación